EL CAMINO DEL TÉ

 

“Sostengo entre mis manos un cuenco con té; su tono verdoso es el reflejo de la naturaleza que nos rodea. Cierro los ojos, y en el hondón de mi alma encuentro las verdes montañas y el agua clara de los manantiales. Sentado en soledad, entro en el silencio y siento cómo todo ello se convierte en parte de mí (...) ¿Qué es lo que sobre todo maravilla a aquellas personas que siguen el camino del té? El sentimiento de unidad entre invitado y anfitrión que surge, a partir del encuentro de corazón con corazón, al compartir un cuenco de té.”

Con estas palabras refiere Sôshitsu Sen, decimoquinto gran maestro en la línea Urasenke, su vivencia de la ceremonia del té.

 

El camino del té – Un camino de práctica

Como en tantas otras ocasiones, esto aparentemente tan sencillo no es sino el resultado de un proceso sumamente sofisticado repetido de forma regular a lo largo de muchos años: la práctica del chadô, del camino del té o de –como suele conocérsele más a menudo en Occidente– la ceremonia del té. Su nombre original: cha no yû –literalmente: ‘agua caliente para té’–, que era el empleado por Sen no Rikyû, pone de manifiesto cuán poco ceremonioso se percibía entonces el arte de la preparación del té. Más tarde, cuando las formas de práctica fueron formalizándose cada vez más hasta acabar por convertirse en una disciplina al modo de otros caminos, surgió el nombre de cha-dô, ‘camino del té’.

La expresión “ceremonia del té” nació cuando ciertos occidentales ingenuos observaron que todos los actos que formaban parte de la preparación del té seguían, hasta en el mínimo detalle, un ritual minucioso. Cada gesto y cada movimiento está prescrito desde hace siglos y se trasmite con exactitud de maestro a discípulo. La armonía es el principio supremo que rige todo el proceso, que puede variar en función de los utensilios empleados para el té, la ocasión y la estación del año.

La práctica no consiste solo en beber té de un cuenco. Desde Sen no Rikyû (1521-1591) los pasos de una invitación de té están minuciosamente reglamentados.

El comienzo de la invitación – La llegada de los invitados

Cuando, puntualmente a la hora fijada, llegan los invitados, se encuentran ante una senda de jardín recién limpiada y rociada con agua. El musgo y el húmedo empedrado de la senda brillan como un sendero de monte con el rocío de la mañana. El roji (‘sendero de monte que brilla en el rocío’) es considerado en el Sutra del Loto como un lugar de liberación del fuego de las pasiones y del sufrimiento. De este modo, la senda del jardín es un camino “alejado del bullicio del mundo, que purificará el corazón” (Sen no Rikyû).

Cuando los invitados están sentados en silencio en un banco a la espera, se presenta calladamente el anfitrión quien, ante sus ojos, limpia un recipiente para agua tallado en piedra y lo llena con agua fresca. De esta manera los invitados saben que el agua con la que a continuación van a lavarse las manos y la boca está clara y fresca. Invitados y anfitrión se limpian de esta manera del estrés y del polvo de la vida diaria.

El hueco de entrada a la estancia del té no mide normalmente más de 70 por 70 centímetros. Su poca altura obliga a los invitados a entrar de forma humilde, llenos de respeto, gateando más que pisando. Desaparecen así todas las diferencias sociales –alto y bajo pasan ambos por el reducido hueco a ese recinto en el que todos son iguales y donde no existen diferencias de clase. Esta entrada baja es también el acceso a un lugar de transformación en el que todos han de encontrarse con su verdadero yo mismo y con la paz para, una vez finalizada la invitación de té, volver transformados a la vida diaria aportando allí la paz y la armonía experimentadas.

Cuando los invitados entran en la estancia del té se encuentran con un mundo de silencio, paz y pureza.

En este espacio parcamente decorado se evita todo ruido que pudiera apartar del silencio y de la concentración. Los colores son tranquilos y terrenales, el aroma añadido al fuego evoca a la “Tierra Pura” del Buda, sin que ningún otro olor destaque. Los sonidos son discretos y exactamente definidos. El agua en la tetera hierve suavemente, con un zumbido como el del viento en los pinos, que “limpia corazón y oído”. En el tokonoma suele haber colgada una austera caligrafía zen, que indica el lema de la invitación de té. Una de las frases preferidas es: Ichi go ichi e (‘una reunión – una situación’). Tanto invitado como anfitrión han de ser siempre conscientes de la unicidad e imposible repetibilidad de este momento.

 

Kaiseki – Calmar el hambre

Tras un breve saludo, el anfitrión va a servir una comida ligera pero preparada artísticamente, que la gente del té llama kaiseki –literalmente: ‘piedra en el bolsillo interior’. Los monjes zen se colocaban antes una piedra en un bolsillo interior de su kimono situado sobre el estómago, para mitigar la sensación de hambre durante los largos periodos de zazen.

Esta pequeña comida, que aunque no es netamente vegetariana recuerda en cuanto a su estilo a la comida en un monasterio zen, no ha de saciar solo el hambre física. Todos los sentidos han de ponerse en juego. Los colores, cuidadosamente elegidos, los cinco gustos y el olor de los alimentos colman todos los sentidos. Según el Buda, el sufrimiento nace de la séxtuple sed o hambre, es decir, el hambre de ver, oír, oler, gustar, sentir y saber. Una vez que esta hambre ha sido mitigada, el ser humano descansa en sí libre de todo sufrimiento y puede percibir las cosas tal cual son, sin añadir ni quitar nada. Entonces el corazón está puro y limpio como un espejo que refleja las cosas tal cual son.

Después de la comida, el anfitrión deposita en el brasero el carbón cuidadosamente cortado y lavado, para que el té tenga luego la temperatura ideal. El carbón se lava una vez cortado para que no se prenda el polvo que hubiera podido quedar adherido, despidiendo chispas y estorbando la armonía de la invitación.

Durante una breve pausa en la que los invitados esperan en el jardín, el anfitrión arregla de nuevo la estancia.

La caligrafía zen, que durante la comida ha recordado permanentemente a los invitados que no se han reunido para conversar distendidamente sino para meditar juntos, se retira y se sustituye por un adorno floral. Tras la pausa, el anfitrión preparará un cuenco de té en un estado de profunda meditación.

La austeridad resulta suavizada por este alegre adorno floral cuyas flores no han de distraer de la concentración por su magnificencia o su olor penetrante; están colocadas de manera sencilla en un jarrón discreto, como si hubieran crecido en ese mismo lugar. Rikyû decía: “Coloca las flores como si estuvieran en el prado.”

 

Koicha – Un cuenco de té

El sonido del gong convoca a los invitados a volver a la estancia, y el anfitrión prepara en medio de un silencio absoluto un cuenco de koicha, de té espeso.

Aunque naturalmente los utensilios para la preparación del té ya están relucientes, el anfitrión los limpia de nuevo delante de los invitados con un paño de seda siguiendo un complicado proceso. El paño simboliza, según qué tradición, o bien las cuatro direcciones del mundo, o bien la unidad de cielo y tierra, dioses y humanos. No solo merced a las complicadas dobleces los cuatro se han convertido en una unidad cósmica sino que, además, el anfitrión a través de su concentración en la acción de limpiar, tiene la posibilidad de armonizar su respiración, de borrar todos los pensamientos en el ayer o el mañana y de llegar a la armonía corporal y espiritual. Los invitados observan con concentración este proceso y se integran en la misma armonía; la diferencia entre invitado y anfitrión desaparece: “Ni invitado, ni anfitrión” (mu hin shu).

En ningún caso este trascender los límites lleva a los invitados a un estado de amodorramiento en la estancia del té. Por el contrario, los sentidos están despiertos y claros como nunca antes. Cuando al final se limpia el cuenco con agua fría, suena como el agua de una cascada en las montañas.

Mientras el anfitrión vierte agua caliente en el cuenco de té para limpiarlo y precalentarlo, es posible percibir el calor del agua por el sonido que hace esta al caer en su interior. El anfitrión deposita el té en polvo en el cuenco, lo cubre con un poco de agua y amasa el té convirtiéndolo en una espesa mezcla fluida. En el momento en el que el agua caliente se vierte sobre el té depositado en el fondo del cuenco, su aroma llena la estancia entera envolviendo y uniéndolo todo. Esta es la razón por la que no deben usarse flores demasiado olorosas ni perfumes. El olor se percibiría con una intensidad insoportable y rompería la unidad.

Cada invitado toma tres sorbos de té y pasa el cuenco al siguiente; así hasta llegar al último, que lo deja vacío. De esta manera la sensación de unidad se acentúa todavía más.

 

Usucha – Té para la vida cotidiana

Después de esta austera meditación, el ambiente en la estancia del té se torna más relajado sin que por ello disminuya la concentración. Luego de una segunda ceremonia del carbón, el anfitrión prepara el usucha, un té menos espeso. Al igual que en la ceremonia para el koicha se empieza por traer los utensilios de té, que son limpiados en un proceso intensamente meditativo. Tras la purificación o limpieza se prepara sucesivamente para cada invitado un cuenco de este té más ligero, utilizando el mismo recipiente para todos como signo de unidad y unión en la armonía. Cuando los invitados ya han bebido suficiente, el anfitrión vuelve a limpiar los utensilios antes de llevárselos de nuevo de la habitación.

A partir de este momento la ceremonia se desarrolla a la inversa de una manera simétrica, es decir, que todas las acciones se revocan en sí mismas. De esta manera el anfitrión expresa simbólicamente el no hacer, el wu-wei del taoísmo. Toda la acción ha sido como un juego, sin intención, carente por completo de finalidad. En este estado de ánimo de no intencionalidad y de alegre serenidad trascurre toda la invitación. El significado del nombre honorífico Rikyû se aproxima a ‘sin utilidad’.

La invitación completa: comida, ceremonia del carbón, koicha , segunda ceremonia del carbón y usucha, con cinco invitados como mucho, dura entre cuatro y seis horas, durante las cuales se entra, con la guía de un ritual preciso, en un espacio de silencio y acción sin finalidad. El ritual no es un fin en sí mismo, sino una ayuda para llegar a este silencio.

Té y satori

Todas las actividades que se desarrollan en la estancia del té son absolutamente cotidianas: ir a por agua, colocar el carbón, preparar el fuego, llevar los utensilios del té, limpiarlos, batir el té y beberlo. Los actos cotidianos del ser humano –comer y beber juntos– se convierten en una experiencia en la que se unen el cielo y la tierra. Las experiencias del zen son accesibles para quienes viven en medio del mudo. No es necesario retirarse a un monasterio y hacerse monje para llegar a una experiencia de samadhi, de unidad y de superación de las diferencias.

Para poder desarrollar formalmente una invitación de té completa, el anfitrión necesita un entrenamiento de muchos años. Si la invitación ha de manifestar, más allá de la perfección formal, el espíritu del camino del zen, armonía, respeto, pureza y serenidad, requiere decenios de práctica.

Un discípulo le preguntó a Sen no Rikyû por el sentido del camino del té, a lo que Rikyû contestó, a la manera típica del zen, atenuando y reduciendo a lo esencial: “Ir a por agua, encender el fuego, calentar el agua, batir el té y beberlo, ¡eso es todo!” Cuando el discípulo observó: “Yo ya sé hacer todo eso”, Rikyû le dijo: “Entonces me gustaría ser tu discípulo.”

 

Mi camino hacia el té

El que el Dr. Sôshitsu Sen regalara al estado bávaro, con motivo de los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, una casa de té original enviando también un maestro de té japonés que habría de enseñar en ella durante diez años, constituyó para Munich y Alemania un acontecimiento muy especial. Surgía, por primera vez, un pequeño pedazo de Japón en medio de Alemania y, con ello, una posibilidad única de conocer de manera auténtica una forma de práctica centenaria marcada por el zen.

Desde hacía tiempo venía sintiéndome cada vez más atraído por la cultura del zen, pero al margen de los libros de Graf Dürckheim apenas había posibilidades de estudiar textos auténticos. Un japonés, compañero de estudios, intentó traducir con nosotros algunos fragmentos del Shôbôgenzô de Dôgen, lo que resultó ser extremadamente difícil pues no solo se echaban en falta términos alemanes para la traducción sino que además fui teniendo cada vez más la impresión de que los textos no podían ser traducidos simplemente porque nos faltaba la experiencia desde la cual habían sido escritos. En mi primera visita a la casa de té me sentí totalmente electrizado. El silencio y la concentración, la armonía y la belleza de los movimientos, la estética serena de la estancia y el olor de la madera, de los tatamis y del sándalo en el fuego de carbón, me cautivaron. Durante la primera lección todavía lo sentí como algo extraño. Me irritaba sobre todo la exactitud de los movimientos. La sensación de extrañeza desapareció pronto y muchas cosas de esta cultura, aparentemente tan ajena, se me hicieron accesibles desde la tradición filosófica y mística alemana. Hoy en día sé que no hace falta ser japonés para poder vivir el camino del té. Es una experiencia humana común, experimentar “paz a través del hecho de compartir un cuenco de té” (Sôshitsu Sen).

 

 

Gerhardt Staufenbiel

Artículo aparecido en la revista "DAO"

Übersetzung: Ana Maria Schlüter



home